¿Navidad Pa Quién?
- cronicaeltesoro
- 3 days ago
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Diciembre llega cada año con una promesa implícita: celebrar. Sin embargo, para muchas personas, la llegada de la Navidad también marca el momento en que el costo de vivir se vuelve imposible de ignorar. El aumento desmedido en los precios, incluso en los productos más básicos, convierte una compra regular de comida en una cifra que compite con el presupuesto completo de los regalos navideños. No es exceso; es necesidad. Y aun así, el golpe económico se siente como un recordatorio constante de quién puede celebrar sin preocupaciones y quién tiene que hacerlo con ansiedad.
Los precios han subido drásticamente. En Estados Unidos, la inflación se siente en cada pasillo del supermercado; en Puerto Rico, se siente el doble. Pagamos más por la comida, más por la gasolina, más por servicios que no siempre funcionan como deberían. Aquí, la Navidad no solo llega con luces y música: llega también con apagones, con facturas de luz que parecen un castigo y con la ansiedad constante de preguntarte si esta noche se va a ir la electricidad mientras intentas cocinar o compartir en familia.
Entonces surge la pregunta incómoda: ¿Navidad pa’ quién?
Porque no es que la gente no quiera regalar. No es falta de ganas, ni de amor. Es que las cosas están malas. Muy malas. Y aun así, el discurso sigue siendo el mismo: compra, regala, gasta, demuestra tu cariño con algo envuelto en papel brillante. Como si el amor tuviera precio fijo y como si no participar de ese ritual te convirtiera automáticamente en el Grinch del grupo.
Es fácil decir “la Navidad no se trata de regalos”. Lo escuchamos todos los años. Lo repetimos incluso. Pero también hay que ser honestos: la Navidad es un holiday profundamente comercializado, diseñado dentro de un sistema económico que necesita que la gente consuma para sostenerse. Desde octubre ya nos están empujando ofertas, listas, especiales, expectativas. No es casualidad. Es estrategia.
Y ahí es donde muchas personas quedan atrapadas entre dos cosas: el deseo genuino de traer alegría, tradición y calor humano… y la realidad de una cuenta bancaria que no da para más.
En Puerto Rico, esto pesa distinto. Aquí la Navidad es larga, intensa, comunitaria. Se espera que compartas, que cocines, que invites, que lleves algo, que no llegues con las manos vacías. Pero cuando el costo de la comida se dispara, cuando la luz se va en plena época festiva, cuando los salarios no suben al mismo ritmo que los precios, la celebración se convierte en una fuente más de estrés.
Y aún así, seguimos intentando.
Tal vez ahí está la verdadera conversación que necesitamos tener: no romantizar la precariedad, pero tampoco ignorar el contexto. No culpar a la gente por no regalar como antes. No medir la Navidad en cajas, bolsas o recibos.
Balancear esto no es fácil. Porque tampoco se trata de rechazar lo material por completo ni de fingir que vivimos fuera del sistema. Se trata de redefinir prioridades sin culpa. De entender que un regalo puede ser una comida compartida, una presencia constante, una ayuda concreta, una llamada, un espacio seguro donde sentarse sin miedo a ser juzgado por no “dar lo suficiente”.
Tal vez esta Navidad no es de estrenar ropa, sino de reutilizar.
Tal vez no es de mesas llenas, sino de mesas honestas.
Tal vez no es de gastar más, sino de exigir más: mejores servicios, precios justos, luz estable, respeto.
Porque celebrar no debería sentirse como una deuda. Porque la Navidad no debería excluir a quienes ya están luchando todo el año.
Al final, la pregunta no es si hay regalos o no. La pregunta es si estamos dispuestos a mirar la realidad de frente y aun así insistir en la humanidad.
Escrito por: Erika Santiago



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